miércoles, 9 de febrero de 2011

APARICIÓN DE LA VIRGEN MARÍA EN TOLEDO-ESPAÑA (año 666 D.C.)

SAN ILDEFONSO DE TOLEDO

San Ildefonso de Toledo, Arzobispo de la capital del Reino Visigodo, fue siempre un gran padre y un celoso Pastor de las ovejas que el Señor le había encomendado... Trabajó con gran celo por extender la fe y buenas costumbres entre el clero y los fieles. Escribió tratados maravillosos. Sobre todo fue famoso el de la ‘Perpetua Virginidad de María’. Había escrito y hablado muy bien sobre Ella. Sobre todo le había defendido y predicado en el Décimo Concilio de Toledo. Los desvelos y amores de Ildefonso por la celeste Reina habían de tener premio adecuado.
Este milagro fue narrado por Gonzalo de Berceo y harto reproducido en la Catedral de Toledo.
No fue éste el único favor celestial y hecho milagroso gozado por el Santo; su entrega mística y contemplativa viose compensada con los más subidos carismas sobrenaturales; y otros muchos prodigios cuentan las crónicas de sus coetáneos; por lo que no es de extrañar que, desde Gonzalo de Berceo hasta Lope de Vega, las más gloriosas letras Españolas hayan cantado la devoción de San Ildefonso a la Santísima Virgen, llegando a proclamársele "capellán y fiel notario" de María.
Se cuenta además que Ildefonso se hallaba un día rezando ante las reliquias de Santa Leocadia, cuando la mártir surgió de su tumba y le agradeció al santo la devoción que mostraba a la Madre de Dios.
E1 23 de Enero del 667 marchaba a contemplar a la Virgen María en el Cielo.

LA APARICIÓN

“Una noche (la del 17 de Diciembre del año 666) en que Ildefonso, ya Arzobispo de Toledo, se dispone, como en años anteriores, a iniciar con solemnes Maitines la Festividad de la Expectación del parto de la Virgen, que había instituido el mismo, había de ser la escogida por la Señora para agasajar a Su siervo:
Antes de la llegada del rey Recesvinto, abrióse el atrio episcopal, saliendo el cortejo, presidido por Ildefonso que, a la luz de las antorchas, se dirigió a la catedral. Abiertas las pesadas puertas, los clérigos penetran en la basílica; mas de pronto advierten que les envuelve cierto celeste resplandor; sienten todos un pavor inaudito, dejan caer las antorchas de sus manos y huyen despavoridos; Ildefonso, sin embargo, dueño de sí y empujado por un estímulo interior, sigue animoso hasta el altar y postrado ante él, al elevar sus ojos, descubre a la Madre de Dios, sentada en su misma cátedra episcopal; alados coros de ángeles y grupos de vírgenes y santos, distribuidos por el ábside, formando la más espléndida corona a la Reina de los Cielos, modulan salmos y canciones; algunos clérigos huidizos tornan al templo en busca de su prelado, mas al ver tal espectáculo, sobrecogidos, vuelven a huir... María invita entonces al arzobispo Ildefonso a acercarse a Ella y con dulces palabras, que recordará luego nuestro Santo con gozo inefable, alabando su amor, escritos y apostolado, le hace entrega, en prenda de la complacencia y la bendición divinas, de una vestidura litúrgica, traída de los Cielos. Le dice: “Sois Mi capellán y Mi fiel notario. Recibid esta Casulla que Mi Hijo os envía de los Tesoros del Cielo”. Desaparece la visión; mas queda en poder de Ildefonso, henchido de melifluas dulzuras, la vestidura celestial, el más preciado don y regalo de la Madre a Su hijo”.


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